Había una vez un duende que amaba las flores y las conocía a todas por su nombre. Cada mañana llevaba a su mamá el mejor ramillete que podía encontrar en el campo. Había muchas más flores de las que necesitaba cada día. El domingo bajaron al pueblo de humanos. Se maravilló de los ramilletes que vendían las mujeres del mercado. Soñó que podría llevar sus ramilletes y alegrar la vida de los aldeanos, no sólo la de su madre. Su padre le prohibió comerciar con humanos. A escondidas estuvo visitando los ranchos donde las aldeanas combinaban flores de colores armónicos, olores afines, tamaños contrastantes y que lograban vender a puños los domingos. Observaba todo esto en su corazón. Sorprendentemente los ramilletes del comedor en su casa mejoraron y sorprendieron a Papá Duende. El domingo, su padre lo tomó de la mano y lo llevó al granero donde desveló el escondite de sus ramilletes. En silencio subieron todos a la carretilla y bajaron en silencio todo el camino. Le dió un beso en la mejilla y le compró un lugar en el mercado para que los humanos pudieran maravillarse del talento del jóven duende. Regresaron con la carretilla vacía y tomados de la mano hasta abrazar a mamá en casa.
Humberto Macías Navarro
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